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viernes, 12 de noviembre de 2010

Ingrid Betancourt: La historia de una decepción.

En una entrevista concedida por Ingrid Betancourt al Diario Argentino “La Nación”, el 11 de Noviembre de 2010, mientras promociona su libro en  ese país, dijo sobre Colombia: "Sinceramente, a mí me trataron como una criminal. Ni siquiera como a una criminal, porque a Pablo Escobar no lo trataron como a mí".
Recuerdo un 7 de Diciembre del 2007. Se inauguraron los alumbrados navideños en la ciudad de Medellín. La apertura iba atada al desfile de “Mitos y Leyendas” en la avenida “La Playa”. Yo estaba exactamente ubicada en toda la “Oriental” con “La Playa”, acompañada de unos amigos, esperando que comenzara el desfile. La apertura se dio de una manera un poco inusual. No era propiamente un ambiente de fiesta, aunque lo que siguiera después sí. Recuerdo que el Alcalde de turno, Sergio Fajardo, desfiló por donde debería pasar la caravana; acompañado de pancartas gigantes y una foto, tamaño más que familiar, de Ingrid Betancourt. Hacía poco tiempo se había conocido una imagen de ella en un estado deprimente. La imagen había logrado conmover al país entero, al mundo también. La marcha duró lo suficiente como para que todos los que estábamos ahí reflexionáramos un poco sobre la situación de Ingrid.
Una mujer sentada, rodeada de su propia angustia, ultrajada por su propio dolor, con la mirada perdida y su dignidad atravesada por la tragedia del secuestro; esa era exactamente la imagen que le daba la vuelta al mundo, y era exactamente la imagen con la que se daba la apertura de los famosos alumbrados de Medellín. Logré conmoverme, me dolía aquella imagen cada que la veía. No era la primera vez que se posaba sobre mi vista por supuesto, ese había sido nuestro logo desde que salió a la luz pública. Y es que ya había transcurrido casi cinco años desde que Ingrid estaba en la selva. Y, para terminar de ajustar, las noticias solo hablaban de ella, como si no hubiese más secuestrados en el país. Pero bueno, digamos que esa propaganda hizo eco en el interior de las personas que rechazamos y repudiamos estas conductas. De cierta forma olvidamos a los demás secuestrados para guardarle la gloria a Ingrid Betancourt, una mujer que salió un 23 de febrero de 2002 hacia San Vicente del Caguán y no volvió hasta muchos años después.
Alrededor del secuestro de este personaje se han expuesto varias versiones; la teoría más fuerte dice que ella se entregó a las FARC; aunque no fue tan del todo así. Digamos que hubo una indisposición de parte de quienes debían garantizar su seguridad ese día, quizás por pulso de poderes o por simple sabotaje de su campaña hacia la Presidencia, quién sabe. Es cierto que a última hora cambiaron su plan de seguridad, y también es cierto que ante el inminente cambio ella quedó desprotegida. Sin embargo, ella pudo haber agachado la cabeza y como buena política salir a acusar ante los medios de comunicación este hecho. Pero no lo hizo, y eso fue admirable de su parte. En vez de eso tomó carretera y se dirigió al destino que había prometido llegar pues había empeñado su palabra y no podía faltar. Fue en este trayecto terrestre que un retén de las FARC interceptó a Ingrid y la secuestró. Pero pudo ser menos dramática la cosa, es cierto, si tal vez Ingrid hubiese medido más las consecuencias. Viéndolo ahora en retrospectiva se pueden sacar varias conclusiones: 1. Ella pensó que de verdad las FARC no le harían nada por ser ella; 2. Su orgullo no le daba para admitir que el plan ya no era viable o 3. Quería jugar con Andrés Pastrana a ver quién era más poderoso. En cualquiera de los casos, había palabra de por medio y se trataba, en el fondo, de dignidad. ¿La culpa? De ambas partes quizá. Del Gobierno por no brindarle la protección necesaria, y de ella por no admitir que era de verdad peligrosa esa empresa en las condiciones que se encontraba a última hora.
Desde entonces, desde el 23 de febrero del 2002 supimos que teníamos nuevos rehenes. Por esa época las FARC se dedicaron a secuestrar políticos (Ingrid y Clara no fueron las únicas), esto como respuesta al rompimiento de los “diálogos de paz”; diálogos que fueron un fracaso desde el primer día. Y empezó a correr el tiempo…. Teníamos vagas noticias de vez en cuando. En los últimos dos años de su cautiverio, más o menos, hubo mucho movimiento. Francia comenzó a gestionar con más ahínco la liberación. Pasaron muchas cosas hasta que por fin llegó el glorioso 2 de julio de 2008.
“¡Liberaron a Ingrid!” Fue lo primero que escuché. De inmediato corrí al televisor a ver cómo había sido ese suceso. Me di cuenta que no era solo Ingrid, la acompañaban 14 personas más; pero todo el mundo hablaba solo de Ingrid. Recuerdo que las cadenas de televisión congelaron su transmisión en aquella escena. No había imágenes concretas aún, solo se mostraba al entonces Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, a la mamá de Ingrid, a unos militares y una desoladora pista de aterrizaje. Las voces de los locutores no podían ser menos entusiastas; hablaban una y otra vez de la liberación de Ingrid y aún no se conocían muy bien los detalles de “La Operación Jaque”, pero con la poca información que circulaba era suficiente. El país entero estaba paralizado a la espera de la imagen de Ingrid. Se sabía que había otras personas. De vez en cuando mentaban a tres “gringos” y once uniformados. Pero definitivamente el papel protagónico era de Ingrid Betancourt.
Y llegó el tan anhelado y soñado momento… Ingrid apareció, bajó del avión con un semblante de quien nace y es consciente de ello, como quién murió y resucitó. Más o menos ése era el aspecto. El país entero estaba absorto en aquélla imagen “¡Se terminó esta tortura!”, escuché. Abrazó a su madre, le dio una palmadita en la mejilla a Juan Carlos Lecompte, su esposo (Una bofetada como diría él mismo más tarde), se abrió paso entre el bullicio y comenzó con un: “Acompáñenme primero a darle gracias a Dios”. Me conmovió, lo admito. Sé que más de uno lloró ante aquella escena, sé que más de uno le dio gracias a Dios junto con ella, sé que más de uno compartía su emoción y su alegría. Se veía como una mujer humilde, arrollada por la vida pero vencedora a fin de cuentas, de largas batallas y de una fe infranqueable. Irradiaba humildad en su forma de hablar y en sus palabras conmovedoras. ¡Estaba en la cima! Es lo único que puedo decir al respecto.
Pasó el resto de la tarde, llegó la noche, llegó el día siguiente y de lo único que seguían hablando todos era de Ingrid. Al otro día nos sorprendió otra imagen conmovedora con la que más de uno volvió a llorar: El reencuentro con sus hijos. Tengo que admitir que realmente fue conmovedor. Visitó la tumba de su padre, no paró de hablar de su travesía y se embarcó en un avión con destino a Francia. Era apenas entendible; alzó vuelo con sus hijos, se alejaba de un lugar donde no la había pasado muy bien los últimos años. Hasta ahí todo estaba en orden, o casi todo. Comenzó, desde entonces, a palpar la gloria. Por todos lados aparecía como una mártir, casi era una heroína. Bastó con que apareciera exaltada en el mundo entero para que su humildad se desvaneciera y omitiera, en adelante, todo lo que tenía algo que ver con el pudor humano.
Comenzó a desfilar por la “alfombra roja”. Definitivamente ahora sí estaba en la cima. Acá en el Tercer Mundo, en cambio, surgían preguntas de vez en cuando como: ¿Volverá Ingrid a la arena política? Algunos desocupados incluso se tomaban el trabajo de incluirla en las encuestas y contaba con un respaldo decente. Pero el tiempo transcurría y la sensación que quedaba era de olvido y abandono total. No se le reprocha por no volver, a fin de cuentas estaba en todo su derecho si no quería, nadie puede juzgarla por eso; razones de sobra tendría para quedarse con sus hijos y con la tranquilidad que le ofrece Francia, eso es entendible. Sin embargo, déjeme decirle que se pasó de la raya el día que volvió al país solo por intereses económicos, detrás del pobre erario de este país, porque a última hora no alcanza sino para lo mismo que alcanzaba hace 300, 200, 100 años: Para sostener una Burocracia y un Ejército. Usted omitió con su gesto, válido quizás, a todos los colombianos que nos entristecimos con su secuestro y nos alegramos con su liberación. Omitió el deplorable estado fiscal de nuestro país y las apremiantes necesidades de sus habitantes solo por abrirle paso a su ambición, a su necesidad, a su derecho, a su dignidad, yo que sé. Si su objetivo era vengarse por lo que el Gobierno le hizo en ese entonces, déjeme decirle señora Betancourt que el mal no se lo hace a Andrés Pastrana, mucho menos a las FARC, usted se está vengando de todo un pueblo que de verdad se alegró con su regreso y de verdad lloró su angustia.
Pero hagamos el recuento completo… Primero viene y se digna a pisar suelo colombiano dizque para conmemorar los dos años de su liberación, luego interpone una “conciliación” y finalmente dice que la módica suma de 15000 millones de pesos que pedía eran simbólicos. ¿Quién nos cree? Está bien que usted vive en el Primer Mundo y que acá somos unos pobres indios ignorantes, hasta brutos, pero cualquier indio ignorante y bruto sabe que 15000 millones no es simbolismo. Ahora se dedica a recorrer el mundo, le da gracias al papa por su liberación (Se le olvidó empezar por darle las gracias a quienes de verdad lucharon por su libertad; pero tranquila, esos pequeños detalles los omite cualquiera, yo sé que no fue intencional), pretende llegar a ser Premio Nobel de la Paz por simplemente haber estado secuestrada, porque a la hora de la verdad nada ha gestionado (y no la culpo, no es su obligación velar por los demás secuestrados, eso es cierto. Ya tuvo suficiente con su propio cautiverio, y es respetable su posición). Pero todo eso es pasado y ya lo superamos. Lo que no podemos superar aún son sus giras mundiales en las que se dedica a recorrer el mundo, en son de mártir, promocionando su libro (No hay silencio que no termine) y a donde quiera que llega deja por sentado que en Colombia la tratamos “peor que a una criminal”. Pero espere un momento ¡Pare ya de hacerse la mártir! El caso no es que se le haya tratado precisamente como una criminal, lo que pasa es que usted se ofendió porque no la tratamos como a Dios… Ya lo dijo el mismo Lecompte, con respecto a su proceso de divorcio: “A veces creo que me estoy divorciando de Dios”. ¿Usted de verdad cree que su imagen de mártir es eterna, intachable e infranqueable? Yo no lo creo… ¿Y qué esperabas Ingrid?