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lunes, 23 de marzo de 2015

Diatriba a los absurdos jurídicos

Tomado de http://www.mavelcafincas.es/wp-content/uploads/2014/10/Abogados-en-Sevilla.jpg


Hace poco, con ocasión del escándalo de la Corte Constitucional, uno de los tantos personajes relacionado con el caso Pretelt, salió al paso con un discurso tan rebuscado como cuestionable, aunque dejó muy en claro que poco o nada le interesa si es cuestionable, a fin de cuentas, ¿qué tiene que ver la moral con el derecho?

De momento, cuando me di cuenta de tan profundo y excelso juicio, confirmé mis sospechas, esas que siempre han ido más allá de la columna vertebral de los principios y han quedado reducidas a una entelequia vulgar del debido proceso y el discurso patriota y rebuscado de la buena fe.

Es cierto, frente a los abusos en los que se llegaba a un incurrir en contra de los procesados, el entramado jurídico, cuestionando la arbitrariedad, impuso unos límites muy severos a ese armazón conspirador, buscando de momento equiparar las cargas, o por lo menos quitándole un gran peso a aquel que injustamente era sometido a los castigos propios de los verdaderos culpables.

Teóricamente, los libros y los discursos se alimentan de esos principios absolutos de la bondad humana, esa que muchas veces toca cuestionar porque no termina de ser tan excelsa y bondadosa como se quisiera. Los seres humanos, que a la hora de evadir responsabilidades somos expertos, no creo que estemos muy preparados para asumir, como teóricamente se plantea, la pureza y castidad del concepto de la buena fe, presunción de inocencia y el “debido proceso”.

“Y si el vídeo simplemente fue sustraído sin permiso, sin haber matado ni amenazado a nadie, pero con una prueba contundente, ¿sigue quedando por fuera?”, cuestioné en una de mis clases de derecho probatorio cuando, en medio de mi angustia, hablando de la “ilicitud de la prueba”, aunque sabía la respuesta, no me cabía en la cabeza semejante desfachatez. La respuesta es sí, queda por fuera, porque “a veces se sacrifica la verdad a mano de los preceptos fundamentales”.

Garantizar por garantizar, de eso se trata. Salvaguardar discursos para mantener un sistema, así el precio sea la impunidad… ¡Vaya qué absurdo! Yo creo, ante esas circunstancias, que en esos casos deben ponderarse los bienes jurídicos transgredidos, porque entonces, ¿de qué es lo que estamos hablando?, ¿de leyes por leyes o de combatir la impunidad?

Digo lo anterior amparada en las subjetividades de los momentos, pues, dentro de los mismos cuestionamientos que muchas veces he hecho, he reducido muchas veces las discusiones teóricas a temas prácticos, llegando a la siguiente conclusión: el debido proceso prima, dependiendo del muerto. Hasta los procesalistas más puros han titubeado ante la pregunta… ¿Y si es el asesino de su mamá?, por eso digo que depende del muerto, porque ni siquiera esos eruditos procesalistas son capaces de sostener el discurso en semejante escenario.

Mis inquietudes, sin el ánimo de rayar en la punibilidad y el castigo de todo, están relacionadas con algo que no estoy de acuerdo, con los absolutos jurídicos, esos que muchas veces terminan por ser anti todo, rayando en la estupidez. Esos purismos procesales, que terminan siendo la mejor arma técnica de los que se aprenden la ruta para evadir la justicia, han creado esos discursos cínicos en los que, la moral nada tiene que ver con el derecho, porque como todo se resuelve declarando la ilegalidad de la prueba, el principio de la buena fe, y la violación del “debido proceso”, llegan a un punto en el que, contra todas las evidencias, se proclaman absueltos impunemente.

Y es así, cuando se les ve resguardarse en esos preceptos casi bíblicos, sabe uno, de entrada, que están recurriendo a ese manto de impunidad que se han inventado, paralelo a la finalidad del origen de tan bellas consignas.


Los tecnicismos procesales, esos que han llevado a la orilla de los absurdos este monstruo jurídico, no son, en principio, el beneficio de los hampones, es la garantía de los inocentes, aunque los absolutismos de la teoría han terminado por tergiversar todo. Ello, más allá de la consigna de la Ley, lleva a cuestionar ese “orden” establecido, esos absurdos que se apoderaron de nuestra sociedad y que, inexorablemente, nada tienen que ver con su finalidad.