Hank
Morgan, un protestante del Siglo XIX, el personaje central de “un yanqui en la
Corte del Rey Arturo”, una obra de Mark Twain, despierta en el siglo VI inglés
luego de un fuerte golpe en la cabeza y se sumerge en ese mítico Medioevo. En
medio de muchas historias, llama la atención la de un esclavo condenado a morir
por no querer “confesar” un terrible crimen: atesorar cosas para el futuro de
su familia. El personaje reflexionaba cuestionando, desde la razón, el
fundamento de todo aquél absurdo, ¿por qué él, por ser Rey, es superior a mí?
Si somos iguales, ¡Todo un hereje para la época!
Que nacieron, que se
volvieron, que los convirtieron… hay cualquier cantidad de tesis que buscan
descifrar el misterio que para muchos recubre el tema de la orientación sexual.
No diré hipócritamente que para mí, en el fondo, es lo más natural del mundo,
¡No!, pero les guardo un profundo respeto y admiro esos valientes que, en
contra de todo, se lanzan a la palestra y asumen su condición con toda la
dignidad del caso. Por eso, por la valentía de los que se atreven, y porque no
he encontrado una sola razón para oponerme, ni siquiera endeble, defiendo la
lucha por sus derechos, ¿Qué acaso no son seres humanos? ¿No tienen derecho a
ser felices? ¿Cuál es el impedimento para que conformen una familia? Tienen
tendencias diferentes a las establecidas, pero… ¿Acaso eso los convierte en
seres inferiores?
Dentro de muchos años,
ojalá no sean tantos para no dilatar más este absurdo en el que vivimos
inmersos, nuestra descendencia sentirá la misma repugnancia que sentimos hoy
por nuestros ancestros cuando avalaban la esclavitud, o reducían a la mujer a
su estado más mínimo y abyecto, o denominaban como “salvaje” a otro ser humano
por el solo hecho de tener una concepción de mundo diferente. ¿Y la explicación
de todo ello? Pues porque eran negros, mujeres, salvajes... No había otra
razón, es más, no había razón. Y ni hablar de las barbaridades de cuenta de la
inquisición, la misma que mantenemos vigente cuando nos ponemos en el
vergonzoso papel de señalar y discriminar.
Barbaridades hay todas
las que se quieran, a veces me imagino la vida de esas personas que, por la
estupidez humana, fueron despojados de toda libertad y dignidad y no puedo siquiera
imaginarme un día sometida a ello. ¡Qué valentía la de aquéllos que lucharon
para que hoy muchos de nosotros seamos libres! Son unos héroes esos que se
inmolaron, ni siquiera por su libertad, sino por la de la humanidad en pleno. La
libertad no es discurso, no es un derecho consignado en cualquier papel con
carácter de tratado, no es una definición, es la dignidad del ser humano, es
inherente a su existencia.
Y aún así, después de
todo lo ocurrido, seguimos escudándonos en la iglesia para reducir a los demás.
Yo respeto las creencias religiosas, y de hecho tengo las mías propias, pero
como atinó a decir Angélica Lozano, “esto es un derecho civil”. ¿No se predica
el libre albedrío? Pues que los juzgue Dios si tan abominable es el asunto,
¿Nosotros? ¿Quiénes somos nosotros? Aparte de aparecidos y entrometidos, ¿quiénes
somos?
¿Y cuál es el
escándalo? “es que van a ‘mariquear’ a esos niños”, ¿Si? ¿Y es que la gran
mayoría no provienen de familias heterosexuales? Y muchos de ellos ningún
trauma de infancia tienen. ¡Pero ahí estamos pintados! Tenemos tan doble moral
en este país que preferimos a un niño en la calle, drogado, maltratado,
abandonado, con “familia” disfuncional y en condiciones tan deplorables, que es
preferible eso a una vida digna para ese niño. Y aún así, en caso de que la
orientación de los padres determine la de los hijos, diré algo escandaloso,
impúdico, obsceno: los prefiero gay a delincuentes, infelices, desdichados,
excluidos. ¡Todo un hereje mi comentario!
Creo que seríamos un
mejor país si dejáramos de creer que podemos ser jueces en la vida de los
demás, aún si no nos importa ni nos afecta el tema. "La paz en Colombia no se va a hacer con los guerrileros en el monte. La paz se va a hacer cuando los colombianos nos podamos poner en los zapatos del otro", Angélica Lozano