Me perdonarán todas las
susceptibilidades que voy a herir a continuación, pero créanme, necesito
desahogarme, mi susceptibilidad también ha sido herida muchas veces cuando me
toca pelear con cualquier "DJ" de turno que me quita un buen vallenao para
invocar esa música diabólica, subliminal, esa llamada “nueva ola”. Me duele
decirlo, pero lo diré: el vallenato hoy en día da grima. Y causa estupor
escucharlo porque comienzan diciendo nada y terminan diciendo nada. Y duele de
sobremanera ver cómo se convierte la música en farándula, y me duele más porque
cuando uno está lejos de su tierra espera regresar a ella mediante su música,
su canto, que en últimas es el reflejo de su tradición, pero ni modo, me toca
mantener en primera línea esos clásicos de clásicos de clásicos, escucharlos
con nostalgia una y otra vez, tratando de asimilar que mi mundo agoniza ante la
“nueva ola”, sintiéndome extraña muchas veces, angustiándome creyendo que me
estoy desprendiendo de mi Tierra porque ya no me entusiasma “el nuevo álbum”,
“el nuevo artista”, pese a que amo el vallenato y defiendo mi folclor, pero, ¿Cómo
hacer para defender lo indefendible? No se puede.
Este abigarrado género
musical se ha convertido en una felonía a sus costumbres y tradiciones, llegando a ser, muchas
veces, una plétora de incongruencias y cosas sin sentido. No hay nada como
escuchar un vallenato viejo, con un buen acordeón, una compañía idónea y que
ojalá sea un paseo o un son. Y cuando hablo de compañía idónea me refiero a un
buen oído vallenato, ya que hoy día es cada vez más difícil encontrar
verdaderos “yuqueros”, como se les dice en el submundo sabanero a los amantes del
buen vallenato, del viejo. No falta el ser desagradable que le arruga la cara a
un buen paseo, a un buen son, a una buena puya o un impecable merengue y, en cambio, se le sube la adrenalina con ese tipo de
música obscena en la que se ha convertido el vallenato hoy en día.
Razón tenía mi popular
tío “Ché” cuando un día se indignó al escuchar uno de estos "vallenatos", cantado por uno de esos tantos “grandes artista” del vallenato que pululan hoy en nuestro medio, uno de estos aparecidos que se llaman
“nueva ola”. Recuerdo que exclamó, en medio de su indignación: “¡Bueno, ¿Será
que estos carajos piensan acabar con el vallenato?!”. Y con justa razón, es un
hombre nacido y criado en Riohacha, madurado en el Valle del Cacique de Upar,
acostumbrado a sus parrandas con los propios Zuleta, el mismísimo Beto Zabaleta
y el ya fallecido Hernando Marín. No es posible desafinarle el oído a quien
está acostumbrado a la buena música. Y coincido con él, cada que escucho un
“nuevo álbum” me retumban con más vehemencia esas palabras en la cabeza: ¿Lo
irán a acabar verdad?
Y es triste, muy
triste. Yo me atrevería a decir que ya casi no se distingue muy bien entre el
contenido de un vallenato y el de un reggaetón. Tuve la oportunidad de ir en el
2008 al Festival Vallenato, y les cuento, estaban casi a la par los
espectáculos de reggaetón y los de vallenato. Bueno, tal vez exagero un poco,
yo creo que el reggaetón abundaba más. Que alguien me explique qué hace Don
Omar en un festival Vallenato de la talla del de Valledupar, que alguien me
explique qué hace Calle 13 en ese mismo festival. No es que sea discriminación,
es simple clasificación, por algo se llama “Festival de la LEYENDA vallenata”,
¿Sabrá Don Omar qué diablos es el vallenato? Como dice Arjona en una canción:
¿Qué saben Fidel y Clinton del amor? Ahí sí, “al César lo que es del César”.
Y vengo haciendo esta
observación hace tiempo, cuando mi oído desafinado comenzó a sentir una
transformación abrupta, la cual, en un comienzo, no fue tan hostil, pero en la
medida en que han transcurrido los años se ha vuelto más incómoda, ¿Ahora
comprenden mis diatribas encaminadas a “la nueva ola”? Aunque me gusta una que
otra canción de esta “nueva generación” del vallenato (hay algunas que se
salvan por supuesto, digamos que conservan un poco más la mesura y no
trascienden tanto al sensacionalismo), no soporto la banalidad en la que cayó.
Ya cantan por cantar, ya no dicen nada, ya ni el acordeón inspira. Y la
diferencia se nota cuando uno se da cuenta que escuchar una de estas nuevas
canciones no le reporta nada al alma, y debería, pues, como dijo la compositora
Rita Fernández: “el vallenato es un estado del alma”, aunque hoy día es un
estado de resultados, en el sentido más financiero que se le pueda atribuir.