Que los homosexuales quieran acceder al matrimonio,
creo yo, no es una forma de querer vestirse de gala, repartir flores y recibir
regalos, pues, a mi modo de ver, no existe una institución más conservadora y
goda que el matrimonio, y a la vez, no existe una visión más liberal y anti
conservadora en el mundo que el reconocimiento del matrimonio entre personas
del mismo sexo. La cuestión no es tan sencilla, no es que ellos simplemente
quieran ampliar la foto matrimonial y ponerla en el lugar más visible de la
casa, ¡No!, se trata de una serie de derechos que, por ley, se adquieren apenas
se firma el contrato de matrimonio, algo tan difícil de entender para la
sociedad.
¿Cómo es posible que alguien que comparte su vida con
otro no tenga derecho, al final, a heredar lo que, por ley, le corresponde a quienes
ostentan la calidad de cónyuges?, ¿Cuál es la diferencia? ¡Ninguna!, pero ahí
está pintada la vetusta y obscena sociedad que tenemos, hipócrita por
naturaleza. Saben pedir muchos derechos a la hora de invocar salud, educación,
trabajo… ¡Libertad!, pero son felices violentando los derechos de los otros, ¿En
qué se basan para prohibir el matrimonio entre homosexuales?, ¿En la inmoralidad?,
eso me suena a un dicho: “El burro hablando de orejas”, a propósito de las
cátedras de moralidad del Congreso, el recinto más inmoral del país. Por suerte
la Corte Constitucional ha avanzado en aspectos como el reconocimiento de la
pensión al compañero del mismo sexo y otros asuntos nada despreciables, pero
falta más, mucho más.
Y si la cuestión fuera de religión, ¿Cuál religión?, ¿Se
les olvida el libre albedrío?, ¿Acaso van a impedir que los homosexuales sigan
siendo homosexuales por negarles el matrimonio?, es tan absurdo decir que
permitir el matrimonio del mismo sexo es fomentar el homosexualismo como decir
que permitir el divorcio es fomentar la desunión familiar, ¿Acaso la figura del
divorcio fue aprobada para fomentar la destrucción de las familias?, yo creería
que más bien fue para promover la libertad, en aras de que quien no quisiera
seguir unido en matrimonio con otra persona tuviera la opción de liberarse de
ello. Y se divorcian una, dos, tres veces, a sabiendas que va en contra de la
moral cristiana, pero se escandalizan con el amor de las parejas del mismo
sexo, como si el amor tuviera idioma, color, raza, edad.
Si las leyes definieran la realidad este mundo no
tendría problemas, una cosa es que esté prohibido matar y otra muy distinta que
no maten, hay un gran abismo entre las leyes y la realidad y Colombia, el país
del Sagrado Corazón, no ha podido entender, en cientos de años de historia, que
aquí las cosas no se arreglan por ley, si de eso se tratara viviríamos el
paraíso que nos pinta la Carta Política, por ejemplo. Aquí no hay un problema
de moral, aquí lo que hay es un montón de enfermos mentales que no lo
reconocen, y mantienen vomitando todas esas limitaciones con cada palabra, con
cada incoherencia.
No seré hipócrita, y no lo seamos todos, admito que me
asusta la idea de que un hijo mío salga homosexual, igual que me asusta que
salga delincuente, con deformaciones, retraso mental, etc., y aclaro, no estoy
equiparando el homosexualismo a una enfermedad, simplemente, seamos realistas,
nuestra visión de la vida y del mundo es lineal, así nos lo enseñaron. Soñamos con
tener a nuestros hijos, llevarlos de la mano su primer día de escuela, sacarlos
a pasear, verlos crecer, graduarse del colegio, de la universidad, casarse,
tener nietos y toda esa clase de cosas que transcurren sin sobresaltos y no se
salen del margen (qué miedo, parezco toda una mamá ya).
También tengo mis posturas de todo tipo, éticas,
religiosas, morales, si es que no son casi la misma cosa. No obstante, pese a
todo ello, soy consciente que no podemos seguir por la vida decidiendo la forma
de vivir de los demás. Considero que, pese a que no es lo más normal del mundo,
son personas, seres humanos, y como tal, merecen trato de seres humanos. Conozco
homosexuales y sé, por sus relatos, lo mucho que les ha costado a
muchos de ellos admitir que son homosexuales, aceptarse a sí mismos. Tras de
eso cargan con la familia, las “amistades”, la religión, la moral y, no
contentos con todo eso, cargan con el desprecio de la sociedad.
Nos jactamos de un país libre, pluralista, diverso,
pero mantenemos escondidos bajo el manto de lo que, a nuestra manera, nos da la
gana de decir que no es correcto. Y quien los ve, asombrados a diario frente a
la televisión porque un padre mató a sus hijos, una madre los vendió, el esposo
mató a su mujer o simplemente los hijos mataron a sus padres; arrugan la cara e
invocan todas las vírgenes que se saben (a propósito, no sé de dónde salieron
tantas) y el domingo los ven en misa, dándose golpes de pecho de la hermandad,
solidaridad y amor, dando cátedras de amor por el prójimo, de ayuda y compasión
y viven el día a día en medio de odios, segregaciones y discriminación. Si eso
no es ser hipócrita, mezquino e incoherente, no tengo idea de qué cosa
signifiquen esas palabras entonces, por algo existen, alguien tiene que hacer
el papel, nos tocó a los colombianos.