Pensar en hacer la paz sin pretender hacer
cambios de fondo es quizás lo más utópico que he escuchado en mi vida, ¿De qué
manera se van a modificar asuntos internos si nada está en discusión? “No está
en discusión el modelo económico”, “no está en discusión las bases del Estado”,
“no está en discusión el modelo de desarrollo”, son algunas de las cosas que se
emiten desde el Gobierno Central a la hora de referirse a temas de los diálogos de paz. Eso es casi
como decir “no está en discusión los altos niveles de corrupción, de pobreza,
de violación de los Derechos Humanos”, mejor dicho, no está en discusión nada. Y
la pregunta es, si estamos caminando por senderos estrechos y fracasados en
antaño, ¿A dónde vamos a llegar? ¿Qué clase de diálogos se están haciendo?
Mejor aún, ¿Sobre qué hablan?
Si supuestamente están en la Habana (no
propiamente de vacaciones) fijando ciertas situaciones y condiciones,
cumpliendo protocolos, ¿Qué acaso no hay que replantear ciertas cosas? Y al
decir ciertas cosas no son cualquier cosa, estamos hablando de las condiciones
de vida de un país que, bajo un modelo económico, político y social como el que
tiene actualmente, ha fracasado en muchas áreas, entonces, ¿Por qué es tan
descabellado discutir unos modelos que no han solucionado problemáticas tan
sensibles como la pobreza o la violencia? No para crear un socialismo, un
comunismo, una monarquía, ¡No! Es simplemente para replantear condiciones del
mismo modelo en el que estamos inmersos.
Y si no está en discusión nada, ¿Qué hacen en
la Habana? ¿De qué estarán hablando? Y eso depende, pues, posiblemente antes
del 19 de Noviembre pasado hablaban de los amigos de infancia, el arroz con
pollo que hacía la mamá, los regalos de navidad de las tías solteronas, los
campeonatos de “boliche” que se daban en el barrio cuando eran niños, el pánico
al dentista y las inyecciones, esas cosas, porque después del 19 ya hablarán de
lo que pasó con la Haya, el mar que se perdió, lo lamentable que es no haber
pagado un paquete a San Andrés antes y disfrutar de esa porción marítima, ahora
discuten sobre la posibilidad de reunir las esferas del dragón para devolver el
tiempo y así enmendar lo que sea necesario para no haber perdido, ni siquiera,
Panamá. Pero bueno, en los lapsus de seriedad, cuando caen en la cuenta de que
se están gastando la platica de nuestros impuestos, empiezan los reclamos.
Arranca Iván Márquez a reclamar las tierras de sus tatarabuelos y las
gallinitas de la tía abuela que le robó el Ejército en la época de la violencia[1]
y se va lanza en ristre el Gobierno reclamándole a las FARC que ellos violan el
derecho laboral al no tener afiliado a sus hombres a la seguridad social, al
régimen pensional, o a una ARP, tan riesgosa que es esa actividad y ni siquiera
a una ARP, ¡Tenaz!
Y así, me imagino que esas son las discusiones
de fondo que mantienen porque si nada está en discusión sobre algo tienen que
hablar, me imagino, por algo se llama “diálogos de paz”, ya lo otro sería mirar
qué cosa entienden por paz porque a mí siempre me asalta la duda de si
realmente silenciando fusiles tendremos paz, y lo digo porque, a mi modo de
ver, aquí el problema no es de la entrega de fusiles, de la desmovilización de
un montón de “peludos” que están en el monte empuñando un fusil, aquí la
cuestión es mucho más delicada, desde la falta de oportunidades y la carencia
de educación, desde las profundas inequidades y la falta de justicia, desde la
corrupción.
Seamos realistas, este país necesita cambios
profundos, desde tocar el mismo sistema y los utópicos discursos que contiene
la Constitución, aquí el problema no es de leyes, nunca lo ha sido, aquí el problema es de realidad, de sociedad, de reconocimiento, de justicia. No
podremos hablar nunca de paz en un país que tiene más de la mitad de su
población en condiciones de miseria, no podremos hablar de paz cuando las
multinacionales se adueñan de nuestro territorio, aquí no se podrá hablar de
paz nunca mientras no haya educación, mientras la impunidad sea superior al
95%, mientras los campesinos sean desplazados de sus tierras, mientras los
niños tengan que dejar la escuela e ir a trabajar, mientras las mujeres tengan
que prostituirse para asegurar su sustento, mientras la tercera edad tenga que
morir a la espera de un tratamiento médico, mientras una pequeñísima porción de
la sociedad se lleve más del 60% de la riqueza. Aquí la sociedad civil tiene
que entender que el discurso no se reduce solamente a la desmovilización y esas
cosas porque la historia de este país ha demostrado que se desmovilizan por un
lado y por el otro los brotes de violencia continúan, e incluso, aumentan, se
degenera el conflicto en una cosa amorfa, con la gravedad de que ahora no
tenemos ni idea quienes son los del otro lado y nos toca meterlos a todos bajo
un nombre que en últimas nada dice: Bacrim (Bandas Criminales), aceptando, de
entrada, que se nos salió de las manos la situación.
El problema de todo esto se basa en la
incomprensión de nosotros mismos sobre todo el proceso que ha traído al país
hasta aquí, se nos dificulta desentrañar todo el trasfondo social, político y
económico que esconden décadas de guerra arropadas bajo el manto de una amenaza
terrorista que se posa ante nosotros como un fenómeno no más, no como un
proceso. Quizás la problemática más grande es que en este país se ha desligado
la guerra de su significación histórica, por muchos asuntos, es más, nadie
comprende por qué hay que sentarse a una mesa con los insurgentes en vez de
eliminarlos militarmente. Pero nadie se pregunta cómo se alimentan las filas de
estos grupos guerrilleros, nadie se pregunta qué hace que estén vivas, nadie se
cuestiona sobre los orígenes y las causas patrióticas por las que lucharon en
principio, haciendo la salvedad de la época actual, situación que se ha
desdibujado a tal punto que ya nadie comprende la ideología de un grupo como
las FARC, ni siquiera yo sé diferenciarlas de la delincuencia común, es un tema
complejo, pero bueno, ahí vamos, tratando de darle nombre a este nacionalismo
quebradizo bajo la defensa de un territorio escurridizo y disperso.
Pero huimos, en todo momento nos rehusamos a
asumir nuestras responsabilidades, a darle la cara a un problema que, por
simplismo, le dimos el nombre de “amenaza terrorista”. Y legitimamos nuestro
rechazo a la paz cuando consentimos que se diga, en nuestro nombre, que aquí
nada está en discusión, y yo me pregunto, ¿Qué clase de paz están negociando
entonces? ¿A cuenta de qué entonces se supone que una organización tan antigua,
recorrida y retrechera va a “integrarse a la vida civil”? ¿Qué acaso se nos
olvidó el episodio de la Unión Patriótica? ¿Seremos tan cínicos como para
exigirles a estos señores que se desmovilicen y punto? Guardando las
proporciones, obviamente, tampoco se trata de ceder a todas las pretensiones de
ellos, pero ahí sí, como la película, “alguien tiene que ceder”, y en este
caso, “ambos tiene que ceder”.
On twitter: @MaJiPaBe
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[1]
Nuestra hipocresía es tal que
después de semejante guerra civil todavía escondemos semejante episodio bajo
una escueta “violencia”.