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domingo, 25 de noviembre de 2012

“Nada está en discusión”, ¿Y entonces la paz?




Pensar en hacer la paz sin pretender hacer cambios de fondo es quizás lo más utópico que he escuchado en mi vida, ¿De qué manera se van a modificar asuntos internos si nada está en discusión? “No está en discusión el modelo económico”, “no está en discusión las bases del Estado”, “no está en discusión el modelo de desarrollo”, son algunas de las cosas que se emiten desde el Gobierno Central a la hora de referirse a  temas de los diálogos de paz. Eso es casi como decir “no está en discusión los altos niveles de corrupción, de pobreza, de violación de los Derechos Humanos”, mejor dicho, no está en discusión nada. Y la pregunta es, si estamos caminando por senderos estrechos y fracasados en antaño, ¿A dónde vamos a llegar? ¿Qué clase de diálogos se están haciendo? Mejor aún, ¿Sobre qué hablan?

Si supuestamente están en la Habana (no propiamente de vacaciones) fijando ciertas situaciones y condiciones, cumpliendo protocolos, ¿Qué acaso no hay que replantear ciertas cosas? Y al decir ciertas cosas no son cualquier cosa, estamos hablando de las condiciones de vida de un país que, bajo un modelo económico, político y social como el que tiene actualmente, ha fracasado en muchas áreas, entonces, ¿Por qué es tan descabellado discutir unos modelos que no han solucionado problemáticas tan sensibles como la pobreza o la violencia? No para crear un socialismo, un comunismo, una monarquía, ¡No! Es simplemente para replantear condiciones del mismo modelo en el que estamos inmersos.

Y si no está en discusión nada, ¿Qué hacen en la Habana? ¿De qué estarán hablando? Y eso depende, pues, posiblemente antes del 19 de Noviembre pasado hablaban de los amigos de infancia, el arroz con pollo que hacía la mamá, los regalos de navidad de las tías solteronas, los campeonatos de “boliche” que se daban en el barrio cuando eran niños, el pánico al dentista y las inyecciones, esas cosas, porque después del 19 ya hablarán de lo que pasó con la Haya, el mar que se perdió, lo lamentable que es no haber pagado un paquete a San Andrés antes y disfrutar de esa porción marítima, ahora discuten sobre la posibilidad de reunir las esferas del dragón para devolver el tiempo y así enmendar lo que sea necesario para no haber perdido, ni siquiera, Panamá. Pero bueno, en los lapsus de seriedad, cuando caen en la cuenta de que se están gastando la platica de nuestros impuestos, empiezan los reclamos. Arranca Iván Márquez a reclamar las tierras de sus tatarabuelos y las gallinitas de la tía abuela que le robó el Ejército en la época de la violencia[1] y se va lanza en ristre el Gobierno reclamándole a las FARC que ellos violan el derecho laboral al no tener afiliado a sus hombres a la seguridad social, al régimen pensional, o a una ARP, tan riesgosa que es esa actividad y ni siquiera a una ARP, ¡Tenaz!

Y así, me imagino que esas son las discusiones de fondo que mantienen porque si nada está en discusión sobre algo tienen que hablar, me imagino, por algo se llama “diálogos de paz”, ya lo otro sería mirar qué cosa entienden por paz porque a mí siempre me asalta la duda de si realmente silenciando fusiles tendremos paz, y lo digo porque, a mi modo de ver, aquí el problema no es de la entrega de fusiles, de la desmovilización de un montón de “peludos” que están en el monte empuñando un fusil, aquí la cuestión es mucho más delicada, desde la falta de oportunidades y la carencia de educación, desde las profundas inequidades y la falta de justicia, desde la corrupción.

Seamos realistas, este país necesita cambios profundos, desde tocar el mismo sistema y los utópicos discursos que contiene la Constitución, aquí el problema no es de leyes, nunca lo ha sido, aquí el problema es de realidad, de sociedad, de reconocimiento, de justicia. No podremos hablar nunca de paz en un país que tiene más de la mitad de su población en condiciones de miseria, no podremos hablar de paz cuando las multinacionales se adueñan de nuestro territorio, aquí no se podrá hablar de paz nunca mientras no haya educación, mientras la impunidad sea superior al 95%, mientras los campesinos sean desplazados de sus tierras, mientras los niños tengan que dejar la escuela e ir a trabajar, mientras las mujeres tengan que prostituirse para asegurar su sustento, mientras la tercera edad tenga que morir a la espera de un tratamiento médico, mientras una pequeñísima porción de la sociedad se lleve más del 60% de la riqueza. Aquí la sociedad civil tiene que entender que el discurso no se reduce solamente a la desmovilización y esas cosas porque la historia de este país ha demostrado que se desmovilizan por un lado y por el otro los brotes de violencia continúan, e incluso, aumentan, se degenera el conflicto en una cosa amorfa, con la gravedad de que ahora no tenemos ni idea quienes son los del otro lado y nos toca meterlos a todos bajo un nombre que en últimas nada dice: Bacrim (Bandas Criminales), aceptando, de entrada, que se nos salió de las manos la situación.

El problema de todo esto se basa en la incomprensión de nosotros mismos sobre todo el proceso que ha traído al país hasta aquí, se nos dificulta desentrañar todo el trasfondo social, político y económico que esconden décadas de guerra arropadas bajo el manto de una amenaza terrorista que se posa ante nosotros como un fenómeno no más, no como un proceso. Quizás la problemática más grande es que en este país se ha desligado la guerra de su significación histórica, por muchos asuntos, es más, nadie comprende por qué hay que sentarse a una mesa con los insurgentes en vez de eliminarlos militarmente. Pero nadie se pregunta cómo se alimentan las filas de estos grupos guerrilleros, nadie se pregunta qué hace que estén vivas, nadie se cuestiona sobre los orígenes y las causas patrióticas por las que lucharon en principio, haciendo la salvedad de la época actual, situación que se ha desdibujado a tal punto que ya nadie comprende la ideología de un grupo como las FARC, ni siquiera yo sé diferenciarlas de la delincuencia común, es un tema complejo, pero bueno, ahí vamos, tratando de darle nombre a este nacionalismo quebradizo bajo la defensa de un territorio escurridizo y disperso.

Pero huimos, en todo momento nos rehusamos a asumir nuestras responsabilidades, a darle la cara a un problema que, por simplismo, le dimos el nombre de “amenaza terrorista”. Y legitimamos nuestro rechazo a la paz cuando consentimos que se diga, en nuestro nombre, que aquí nada está en discusión, y yo me pregunto, ¿Qué clase de paz están negociando entonces? ¿A cuenta de qué entonces se supone que una organización tan antigua, recorrida y retrechera va a “integrarse a la vida civil”? ¿Qué acaso se nos olvidó el episodio de la Unión Patriótica? ¿Seremos tan cínicos como para exigirles a estos señores que se desmovilicen y punto? Guardando las proporciones, obviamente, tampoco se trata de ceder a todas las pretensiones de ellos, pero ahí sí, como la película, “alguien tiene que ceder”, y en este caso, “ambos tiene que ceder”.

On twitter: @MaJiPaBe



[1] Nuestra hipocresía es tal que después de semejante guerra civil todavía escondemos semejante episodio bajo una escueta “violencia”.