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sábado, 3 de marzo de 2012

Y el Bienestar Familiar no se metió, y mis hermanos y yo crecimos, y aparentemente no tenemos ningún trauma

A propósito del obsceno caso de la detención de unos padres en España por castigar a su hija de 16 años: http://www.semana.com/mundo/detienen-pareja-espana-prohibirle-su-hija-16-anos-salir-casa/173079-3.aspx

Nunca supe lo que fue un castigo en asunto de calle, o más patético aún, que me prohibieran ver televisión, existen castigos así, uno no se imagina, hasta absurdos pueden parecer, pero existen. Correa sí llevé, y mucha, chancleta también, y una que otra mirada fea, no más. Ah bueno, los gritos que siempre han sido una constante en la vida de mi papá y los arañazos y tirada de tacones que siempre fue un vicio inter hermanos. De resto, mi mamá siempre ha sido muy decente y solo recurrió a la “vara”, por aquel pasaje de la biblia: “corrige a tu hijo con vara”.
Yo soy más o menos libre desde que tengo uso de razón, desde los cuatro años ando en la calle de mi cuenta, atracando las chazas de dulce con mi hermano mayor y un primo, burlando la seguridad de mi abuela, jugando a guardianes de la bahía en la orilla del mar, esos eran mis pasatiempos a los cuatro, cinco años de edad. Y lo fueron como hasta los diez años más o menos, pues, mis compañeros de andanza entraron en esa etapa difícil de la pubertad donde ya no gustan de nadie, ni le hablan a nadie, además, cuando uno entra al bachillerato, no sé por qué, pero se cree un adulto en pleno.
Yo creo que mi mamá mantuvo deprimida porque pensó que sus hijos se dedicarían al sicariato o esas cosas, pues, que a los cinco años sus hijos anden en esas debe ser desconsolador, aunque pensándolo bien creo que ella jamás lo supo del todo porque eso transcurría mientras mi abuela “nos cuidaba”. Por supuesto, nos aprovechábamos de que no veía muy bien y mi abuelo no escuchaba nada y nos volábamos. Es que eso de que le fallen los sentidos a uno es muy jodido, pero bueno, gracias a ello tuve niñez, de no ser así hubiéramos muerto intoxicados comiéndonos el hielo que raspábamos del congelador de esas neveras viejísimas, o tal vez hubiésemos matado por fin el cactus del patio de mi abuela, pues, siempre recurríamos a echarle límipido, petróleo, baygon, de todo, con tal que se muriera para que no nos estorbara cuando jugábamos, pues, siempre terminábamos rasguñados. Pero no lo conseguimos, comprobamos la inmortalidad de los cactus, o por lo menos de ese cactus. A eso nos dedicábamos cuando definitivamente había mucha seguridad en la casa y no podíamos salir.
¿Y adivinen qué? Siempre nos daban duro por esa “mala costumbre” de irnos para la calle… ¿Y adivinen qué? Al día siguiente, como si nada, lo volvíamos a hacer. Eso hacía parte de nuestra naturaleza, era impensable encerrarnos. Pueden calcular más o menos cuantos correazos nos ganamos en la vida. No, mejor no los calculen, dejen así. Y sin embargo, a pesar de todo, jamás me dijeron “no sale por X días a la calle”. Cuando veían que la correa no siempre era un buen método nos daban un discurso de que los niños no debían andar en la calle solos, pero como uno a los cinco años no se cree niño, ya es todo un ser sumamente grande y responsable, capaz de enfrentar la vida, no nos inmutábamos. Por lo general, uno suele creerse niño cuando de verdad ya LE TOCA ser adulto. Pero bueno, queda el consuelo del cuento “del niño que llevamos dentro”.
Pero lo hacíamos porque los niños son así, espontáneos, traviesos, inquietos, precisamente por eso necesitan mano dura. Cuando la autoridad estaba ahí no se nos pasaba por la cabeza enfrentarla, eran la autoridad, nada que hacer. Todavía hoy, con los años que tengo, mis papás son una autoridad, aunque les discuto, obviamente, pero eso son. Si dicen que no, rotundamente no, es NO. Ni se me pasa por la cabeza acusarlos ante nadie, y eso que soy mayor de edad. Por algo muy sencillo: son mis padres, me mantienen, y de verdad buscan lo mejor para mis hermanos y yo. Y ahora, a pesar de todo, creo que hicieron un gran trabajo.
Y es que nos daban correa porque sí… si hacíamos mucha bulla en hora de siesta, no faltaba el mal día de mi papá. Si nos agarrábamos a los golpes, mi mamá nos separaba a punta de “vara”. Si no hacíamos caso simplemente nos miraban feo, no más. De resto contamos con la desgracia de una señora de muchos años que trabajó en la casa, la que nos cuidaba, y cada que hacíamos algo malo nos arrodillaba horas y horas frente a ella en la cocina, no nos podíamos mover hasta que a ella le diera la gana. Ese fue el peor castigo que recibí en la vida, imagínense, tanto por hacer y una dizque arrodillada viéndola hacer la comida, ¡Qué emoción! Algunas veces nos encontró así mi mamá, pero hasta a ella la regañaba la señora Nelsy porque la desautorizaba. Con el tiempo hasta mi mamá le obedecía, y esa era la parte donde preferíamos la correa, la chancleta, la “vara”.
En esos momentos, estando arrodillados, era cuando nos acordábamos que había que hacer tareas, y ya no teníamos más excusa porque uno a esa edad no es que tenga deberes. De repente escuchábamos los gritos de los niños en la calle corriendo y jugando y nos entraba el desespero, pero no podíamos hacer nada, solo poner cara triste, de arrepentimiento profundo, pero eso no la conmovía, ella no creía en esas caritas inocentes. La felicidad más grande era cuando nos decían “se pueden ir”. Y esa era la parte donde nos agarrábamos otra vez, esta vez echándonos la culpa de quién había iniciado la pelea que no nos dejaron terminar y por culpa de quién terminamos arrodillados. Esa es la parte donde nos volvían a arrodillar y otra vez a poner carita.
Pero bueno, esas son cosas del pasado, si el Bienestar Familiar se hubiese enterado quizás le hubiesen abierto un proceso a mis papis, por “maltrato infantil”, y ni qué decir de la señora Nelsy, una señora de bastantes años, endurecida por los vejámenes de la vida, con muchos hijos criados, lo que la hacía casi que una mamá para nosotros, y en realidad eso fue. Qué tiempos aquellos, no había reggaetón, la ropa de niños era ropa de niños. No las mini faldas que le ponen a las niñas de tres años hoy en día.
Y es que esos niños de ahora nacen con cierta disfuncionalidad en su comportamiento, es como si le estuvieran echando algo a la comida y las madres se lo transmitieran durante el embarazo. Uno no se explica. Y lo digo porque mi hermanito, el bebé de la casa, alguna vez amenazó a mi papá con el Bienestar Familiar, solo porque, como a las 11 de la noche, teniendo más o menos unos nueve años de edad, mi papá lo trajo jalado de las orejas de la calle, pues, era día de semana, hora de dormir y el bebé, que llevaban como dos horas llamándolo para que entrara, ni se inmutaba. Pero fue muy cómico. Mi hermano mayor, mi mamá y yo solo nos reíamos, hasta mi papá. Es que a ese si le han alcahueteado todo, si le dieron tres correazos en toda su vida fue mucho, a mi papá le daba pesar pegarle dizque porque el todo chiquito, todo “tierno”, qué le iba a pegar. Lo que sí compartió con nosotros fueron las arrodilladas.
Sin embargo, el tuvo la mala suerte de que yo, a los seis años, me creía mamá. A falta del fuete de papi y mami siempre aparece un tercero que quiere suplantar. Y me tomé el trabajo de castigarlo, de obligarlo a que se vistiera como yo quería, de darle con la correa cuando se portaba mal. Pero también le daba dinero, es decir, toda una mamá. Cada que salía le traía juguetes, dulces, hasta ropa. Y mantenía delirio de que le fuera a pasar algo, si se me perdía un segundo y no lo encontraba ya me imaginaba lo peor, es que era un niño indefenso, la sobreprotección también venía de mi parte. Y entonces lo eduqué a lo yo. Lo ponía a escuchar la música que a mí me gustaba, que se motilara como a mí me gustaba, que se vistiera como a mí me gustaba, hasta que se me rebeló.
Y lo hizo apoyado por papi y mami, pues, según ellos yo era “muy dura” con el niño. Y lo comprobaron un día que se me fue la mano, lo corté con una correa de plástico que yo tenía. Qué ternura, se imaginan que a uno lo corrijan pegándole con una correa de niña, de esas transparente con florecitas y pendejadas de esas. Era tierno, admítanlo. Desde entonces ese niño se volvió inmanejable. Ni a mí ni a mis papás le hacía caso. Pero quién se atreve a tocarlo, qué miedo, con el Bienestar encima. Pero quedaba una salida, castigarlo de otra forma, aunque eso jamás ocurriría, mis papás jamás nos han cortado las alas cuando de calle se trata. Pero, si algún día se les hubiese ocurrido esta medida, es posible que tampoco la pudieran usar.
Y es que uno suele hacer caso por algún respeto y algún temor que guarda frente a alguna autoridad. Y ahora resulta que los papás se convirtieron no más en fuente de aprovisionamiento y ya. No pueden llamar la atención porque están coartando el “libre desarrollo de la personalidad”, no pueden pegar (aunque hay unos que se pasan, lo admito. A mí siempre me dieron correa y papi y mami siempre fueron conscientes de que fuera en las piernas, ese cuento de que le lanzan la hebilla en la cara no, ya eso no es corrección, es brutalidad) porque es maltrato, y ahora resulta que no pueden castigarlos con encerrarlos porque incurren en “detención ilegal”. Es decir, si quieren castigar a un hijo ahora habrá que ir ante un juez a pedirle permiso, y seguramente se negará.
Ahora resulta que cualquier cosa es materia del derecho penal, y resulta que, la autoridad espontánea que representa la figura de los padres pasó a ser historia, ellos solo están en la obligación de dar alimento, ropa, educación, cuidado, bla, bla, bla. Y a la hora de corregir, NO SE PUEDE. A mí personalmente este cuento de tanta libertad me parece obsceno. Estamos cayendo como en ese punto irracional del extremismo. Está bien que se garanticen libertades y el bienestar de todos, ¿Pero que judicialicen a unos padres por castigar a su hija de escasos 16 años? Por Dios, ahora si es verdad que estamos convirtiendo la racionalidad en irracionalidad.
De ahora en adelante, cada que los papás, que en teoría buscan el bien de sus hijos, castiguen a sus hijos porque consideran que las amistades con las que andan no son las adecuadas, porque consideran que las actividades que están realizando no son sanas y pueden llevarlo a algo peor, porque no está correspondiendo el comportamiento con la formación que le dan, pueden incurrir en algún delito. Y a mí me surge una gran pregunta, ¿Y entonces cómo vamos a educar? Garanticemos la libertad plena entonces de todos esos mocosos de ahora y el día que ellos digan que no quieren volver al colegio, pues que no vayan más nunca, el día que ellos sientan que se quieren independizar a los cinco años pues dejémoslo. El día que ellos consideren conveniente que se pueden emborrachar a los diez que lo hagan. Cuando resulten con novio a los ocho años pues qué carajo, que lo hagan.
Pero eso sí, luego, cuando resulten con barriga a los quince, alcohólicos a los catorce, ladrones a los trece, sicarios a los doce, analfabetos a los 16, IRRESPONSABLES CONSUMADOS a los 18, no empiecen a modificar el código del menor, no vengan con cuentos de que están preocupados porque los índices de cualquier cosa se dispararon y son alarmantes. Si no hay autoridad no pretendan que exista una formación, no se puede. ¿De cuándo a acá un niño sabe qué es lo que más le conviene? Y lo peligroso de este asunto es el cuento de una combinación extremadamente explosiva: la libertad y la ignorancia. Y ahora con el cuento de que las niñas a los nueve años se creen “sexys”, y los niños a los doce se creen “galanes”; se saben todos los reggaetones que salen y “perrean” a la par de ellos. Ya eso de las rondas infantiles, de jugar con carritos y con muñecas, de las fiestas infantiles es cosa del pasado. Y lo paradójico es que, justamente ahora cuando ya este mundo no sirve para absolutamente nada, cuando las niñas son las que se le lanzan a los niños y se meten en el papel de la bandida de la novela, cuando los niños se creen reggeatoneros y se meten en el papel del charlatán de la película, cuando de verdad no hay inocencia y el medio es agreste, ahora cuando en serio necesitan mano dura, resulta que no se puede, no se puede porque se traumatizan. Yo creo que los traumatizados ahora son los padres, no me cabe en la cabeza todo este aparataje absurdo en el que estamos inmersos.